bebeY ese título, es de por vida. Te gradúas sin pasar por ninguna escuela, nadie nos ha enseñado explícitamente qué es ser padre, lo hemos observado, lo hemos experimentado en la relación con nuestros propios padres y a través de ellos creemos que podemos elegir qué haremos y qué no, cómo seremos y cómo no. Y digo creemos muy intencionadamente, pues en nuestra memoria implícita quedan grabadas muchas cosas, muchas veces con una mayor profundidad de la que podamos pensar. Y esto, llega a los niños.

Niños con una necesidad humana universal para relacionarse estrechamente con otros, como postula la Teoría del Apego de Bowlby. Niños que se relacionan por primera vez y que dependen enteramente de alguien, y ese alguien son los padres.  A través de ellos aprenden como relacionarse con el mundo, a interactuar con el medio, se identifican… Una responsabilidad muy grande, ¿no?

Si además añadimos que no podemos controlar todo lo que les pasa, que no todo será agradable, y que no saben localizar ni expresar aquello que les ocurre, sentiremos un sentimiento de impotencia. Y más aún cuando los padres se convierten en el blanco de la frustración con el niño.

 

“NO SÉ LO QUE LE PASA, PARECE QUE LE GUSTE QUE LE CASTIGUE” “QUIERE LLAMAR LA ATENCIÓN”

niñaMuchas veces, los niños hablan sin palabras, y saber escuchar y captar lo que dicen no es fácil. Rabietas, ataques y agresividad, muchas veces son un grito de socorro y dicen “Algo me incomoda, no sé qué es, y tampoco cuento con las herramientas para decírtelo, aunque lo supiera”.

La clave es entonces estar disponible y abierto. El profesor Manuel Millán nos dijo “para poder ser padre, primero hay que dejar de ser hijo”. Y esto implica, aunque a veces es imposible, renunciar a las propias necesidades, incluso a nuestra necesidad de que él esté bien, para poder captar los matices de su expresión, que se dará en terrenos como el juego, el dibujo y en el vínculo y la interacción con nosotros. Es por eso que en psicoterapia infantil muchas veces se trabaja con el vínculo padres-niño, como entidad. La disponibilidad de los padres es fundamental.

Otro factor fundamental será adaptar nuestra escucha a sus capacidades, que por edad le corresponden. Es muy frecuente pensar en nuestra mente de adultos que la suya funciona de la misma manera, y aunque sería un error subestimarlos, tampoco estamos en igualdad de condiciones. Hacer atribuciones intencionales del tipo «quiere llamar la atención» «me está provocando» «quiere molestarme», no es que sea imposible, pero es improbable a según qué edades.

SENTIMIENTO DE FRACASO

niñoMuchos padres, cuando sus hijos sufren, cuando no son como ellos pensaban, imaginaban o deseaban, sienten una gran decepción y un sentimiento de fracaso. A menudo también ocurre que los niños son los objetos narcisistas de los padres. Necesitan que ellos estén bien porque si no ellos no so buenos padres. Este tipo de pensamientos es injusto tanto para el niño como para el padre; bien porque se anteponen las necesidades del adulto a las del niño, o bien porque se responsabiliza en exceso al adulto.
No todo lo que les ocurre pasa depende de los padres (afortunadamente para ambos). Y menos en la sociedad en la que vivimos. Conforme van creciendo, van cobrando paulatinamente independencia, controlamos menos lo que viven fuera de casa, y ahí cobra especial relevancia nuestra disponibilidad.

Disponibilidad que demandan desde bien pequeños, pues hoy en día sabemos por numerosos estudios que lo que más valora un niño de sus padres es el tiempo compartido, (IKEA lo sabe bien).

SUPERMAMÁS Y SUPERPAPÁS

papaDe nuevo, aflora la creencia tan extendida de que “Tú puedes con todo” (y si no puedes, tienes que poder), ¿de verdad? ¿Cómo vamos a tolerar sus fallos si no toleramos los nuestros?

Sin entrar en diferencias de género, los padres deben trabajar dentro y fuera de casa, cumplir con las obligaciones familiares  tanto dentro del núcleo (colegio, deberes, innumerables actividades extra escolares, juego, salidas…) como fuera y mantener la sonrisa. Esto es imposible, todos los seres humanos experimentan variaciones en sus estados de ánimo, irritabilidad, energía y un largo etcétera, a lo largo de los días, e incluso en un mismo día.

En la relación con los hijos influyen muchos factores, que poco tienen que ver con ellos. Y aunque sería lo ideal poder mantenerlos al margen, eso no es posible. Cometemos errores en todos los ámbitos de nuestra vida, y la faceta de padres no es una excepción.

REPARAR EL DAÑO

El mes pasado, asistí a una clase de Carlos Pitillas en Agóra Relacional en la que dijo que las madres primerizas fallan entre un 40 y un 60% en atender las necesidades de un bebé (que no habla). ¿Cómo no van a hacerlo? Es un rol que nunca han desempeñado. Lo importante, es que cuando fallaban, eran capaz de regular sus acciones en función de la respuesta de los niños. Y esto es útil tenerlo en cuenta en nuestras relaciones, no sólo con los niños. No es tan importante cometer errores como lo que hacemos después de cometerlos.

La tolerancia de los fallos, tanto propios como de los demás, para con nosotros y con los otros, es algo que tampoco se nos enseña. Nos equivocamos, y nos vamos a equivocar, y al hacerlo, podemos dañar a alguien.

Pero ese daño, tendrá unas consecuencias tanto a corto como a largo plazo, si no lo reparamos. Y muchas veces repararlo es tan fácil como reconocer el error. La psicoterapia se basa muchas veces en esto, en proporcionar una segunda oportunidad en la que vivir una experiencia emocional correctiva, reconociendo el daño y abriendo nuevas posibilidades de relación no contempladas hasta el momento.

 

SENTIMIENTO DE CULPA Y LIBERTAD

Estos errores se comenten muchas veces cuando tratamos de hacer algo con nuestras mejores intenciones y dando todo de nosotros.

No se trata de culpabilizar ni culpabilizarse. Además, no sólo los padres deben tolerar los errores de los niños, los hijos también deben tolerar los fallos de los padres, y permitirles que no sean siempre perfectos.

La tolerancia del error, proporciona seguridad y libertad para experimentar, y por lo tanto para desarrollarse. Sin tolerancia tanto el adulto como el niño se verán encorsetados en un estrecho y limitado repertorio de actuación donde la genuinidad y la espontaneidad tendrán poco espacio.
padres

Vemos entonces, que se trata de un sistema de relación de regulación mutua, donde los niños aprenden muchas cosas de los adultos, y los adultos aprendemos y tenemos mucho que aprender de ellos. Nosotros les cambiamos, pero inevitablemente ellos también nos cambian. No sólo cambian nuestra economía, rutinas, hábitos, ritmos… El vínculo, las relaciones, el apego, nos cambia bidireccionalmente y lo hará gracias y a pesar de los errores.