Una pregunta aparentemente banal, simple, social, retórica incluso…

Vas caminando por la calle y te encuentras a alguien conocido. Primero le saludas y seguidamente va esta pregunta, casi inevitablemente.

La gente la contesta de manera automática, sin pensar, como si tuviera una respuesta programada… sabemos lo que el otro quiere oir y sabemos lo que queremos que sepan de nosotros.

Sin embargo, su interpretación varía mucho de unas personas a otras (estado físico, mental, intelectual, emocional…) y contestarla sinceramente puede ser una tarea compleja.

¿Quieres que te cuente o con un bien te basta?

No todo el que formula esta pregunta tiene un interés real, genuino y sincero.

Resulta verdaderamente fascinante la cantidad de reacciones que puede desatar una pregunta como esta, las posibilidades son infinitas. Hay tantas casi como personas hay en el mundo.

En mi experiencia personal no encuentro tanta variabilidad (aunque los psicólogos somos vulnerables a que alguien trate de hacer una sesión en cualquier sitio, en cualquier momento). En cambio en la profesional, me he encontrado con llantos desconsolados, ataques de ansiedad o ira, bloqueo mental, respuestas automáticas, incluso ambivalencias, negaciones y contradicciones de todo tipo.

Jamás pensé que algo que resulta tan simple en nuestra actividad social pudiera desencadenar tantas reacciones tan dispares.

El inicio del comienzo

Podríamos pensar que resulta obvio que si una persona acude a una consulta es porque no está bien, sin embargo, Bion nos enseñó que debemos acudir a cada sesión sin memoria ni deseo. Que cada persona es única y que por muchos años que llevemos trabajando, por mucho que se pueda parecer un caso a otro, incluso por mucho tiempo que llevemos junto a alguien, debemos emprender cada sesión en cierta medida como si fuera la primera, nunca bajar la guardia ni mucho menos dar nada por hecho. Si eso ocurriera, estaríamos perdidos, tanto el paciente como el terapeuta.

Sin duda esta es una pregunta que puede hacer cualquiera. Innumerables veces he escuchado expresiones como “yo también te escucho” “eso te lo podría haber dicho yo, y gratis” “yo solo puedo” o incluso “uno puede analizarse a sí mismo”. A pesar de que no estoy de acuerdo con ninguna de esas afirmaciones por distintos motivos que no son objeto del presente artículo, hay un argumento que resulta irrefutable: lo que nunca podrá darse uno a sí mismo, es el sentirse comprendido en la mente del otro.

El sentir que importamos a alguien, que un tercero nos escucha, libre de prejuicios y sin intereses ocultos, a salvo de utilizar cualquier información que le proporcionemos y ese otro que se crea en la relación terapéutica en primer lugar, y a partir de ahí en las demás, que los terapeutas llamamos Terceridad, nunca puede dárselo uno mismo, ni alguien que no haya pasado por un análisis de duro trabajo.

Algo que tampoco tendría lugar de uno hacia sí mismo, es lo que se conoce como el Efecto Injerto, que consiste en un sentido amplio en “injertar en el paciente, a través de la personalidad del terapeuta, vitalidad y perspectivas diferentes de las vivencias” (Guerra ,2012).

En palabras de Sandra Buechler, una de las labores del proceso analítico es “convertir lo familiar en extraño y lo extraño en familiar”. Y es que algo habitual para uno puede haber desencadenado creencias y afectos que podrían ser ignorados por habituación; mientras que podrían verse, vivirse o sentirse como extrañas las cosas más “normales” del mundo, como atender las necesidades básicas de uno mismo.

 

PENSAR SOBRE LOS SENTIMIENTOS Y SENTIR LOS PENSAMIENTOS

Esta expresión refleja claramente lo que denominanos mentalización, definida como la “capacidad esencial para la regulación emocional y el establecimiento de relaciones interpersonales satisfactorias” (Lanza Castelli).

Al hablar se puede revivir una historia del pasado y experimentar lo que sentimos en ese momento como si estuviera ocurriendo ahora pero sabiendo que no es así. Y una experiencia así puede asustar, especialmente si es algo que nos hemos empeñado en intentar olvidar, apartar, negar o disociar, y digo intentar porque cuanto más se esfuerza uno por ello, menos lo consigue. Ello, sin duda, entorpece y atrofia nuestra capacidad mentalizadora.

Pero el terpeuta es en cierta medida, como dijo Winnicott, un objeto a usar; alguien a quien poner a prueba, que mediremos mediante su reacción ante algo intolerable para mí, de mí mismo. Y al librarnos de esa carga, la elaboración es más sencilla, llegando entre ambos a coconstruir nuevos significados sobre algo pasado.

 

NO SE COMO ESTOY, SOLO SÉ QUE QUIERO DEJAR DE ESTAR ASÍ

A veces, uno no sabe lo que le pasa, o siguiendo con el tema que nos ocupa, cómo está; y eso es precisamente lo que le pasa. Pero con tiempo y trabajo, introspección y reflexión, uno puede llegar a saberlo exactamente, aunque no por ello deba compartirlo con cualquiera.

La consulta es siempre un espacio, donde paciente y terapeuta están por y para y donde prima la confianza y el respeto. Es un espacio seguro donde ser como uno quiera donde probar formas distintas de ser y estar en el mundo.

Y todo ello comienza con un simple “¿cómo estás?”.