Muchas veces podemos sentirnos extraños, no porque los demás nos lo hagan sentir, hablo del sentimiento de extrañeza de uno hacia sí mismo, de que tú no te sientas tú, de que eches la vista atrás y digas “yo antes no era así” o “¿en qué momento he cambiado?” “¿En qué momento dejé de ser así?” Además, no es raro que estos pensamientos vayan acompañados de cierta melancolía.
“SÉ TÚ MISMO”
Muy bien, que fácil, ¿verdad? Pero para ello, primero uno debe saber cómo es.
Os invito a que lo penséis un momento… ¿Verdad que no habéis encontrado una sola respuesta? Lógico, eso es porque uno no se comporta igual en función del contexto, la situación y las personas que les rodean. Hacerlo resulta poco adaptativo, e incluso disfuncional.
Tenemos lo que se llaman, distintas facetas del self. Cuando las conocemos, las aceptamos e integramos, todas ellas conforman nuestra propia identidad. Pero eso no está al alcance de todo el mundo, requiere de mucho trabajo introspectivo y de mucho valor y coraje, para asumir que no siempre nos va a gustar todo de nosotros, ni a nosotros, ni a los demás. Y que esas partes que no nos gustan, también forman parte de nosotros.
“PARA QUE LOS DEMÁS TE QUIERAN, PRIMERO DEBES QUERERTE TÚ”
Y para quererte tú, de nuevo, debes conocerte y aceptarte primero. Todo pasa por eso, no podemos construir un self cohesionado, o sentimiento de sí mismo sin esa base. Todo lo que intentemos construir sobre otra cosa será frágil, vulnerable e insatisfactorio.
¿Cómo demostraremos a los demás como somos, si no lo sabemos? Esto hará que nuestra identidad, lejos de cohesionarse, se disperse, pues actuaremos en base a lo que creemos que los otros quieren de nosotros, que puede ser real o no, a veces nuestras anticipaciones también fallan, lo que causaría a su vez un doble daño. Primero por no actuar conforme yo soy, y lo segundo por fallar al otro.
Por otro lado hay a quien esto le parece insoportable, hay quien no tolera no ser querido por los demás, y no sólo por su entorno más cercano, sino por todos los que le rodean. Invierte la mayor parte de su tiempo en adaptarse al otro, convirtiéndose en personalidades gaseosas y dependientes, siendo percibidos por los demás como inseguras y cambiantes.
GENUINIDAD Y ESPONTANEIDAD
Recuerdo una clase en la que el profesor nos dijo “si tú cuando te vas de un sitio, repasas todo lo ocurrido y piensas qué habrá pensado tal persona o si le habrá molestado algo de lo que he dicho o hecho, entonces, tienes un problema”. En mi opinión sería también aplicable a si supeditas todas tus acciones y palabras a evitar determinadas reacciones o a cumplir unas expectativas (reales o imaginarias).
Si uno actúa con naturalidad y respeto, lo normal es que se quede tranquilo. Algo que ocurrirá con mayor probabilidad si uno sabe quién es y dónde está, de donde viene y a donde va, por qué siente y hace según qué cosas o tiene determinadas tendencias.
Uno es responsable de lo que dice y de lo que hace, no de lo que los demás entienden o interpretan, y esto proporciona una seguridad y libertad incomparables.
La genuinidad, espontaneidad, naturalidad, sencillez… son las cualidades más valoradas en las personas. Uno puede esforzarse en aparentar sentimientos y emociones, pero todo le delatará, empezando por los músculos de su cara y acabando por la capacidad de captación de la persona que tiene delante.
Esto se nota muchísimo en psicoterapia, cuando surgen emociones, sentimientos, comportamientos… la personalidad del terapeuta es una de las principales herramientas con las que éste cuenta, por ello “todo paciente es tratable, pero no por cualquier terapeuta” como ya dije en alguna ocasión. Esto facilita la conexión emocional del “yo siento que tú sientes lo que yo siento”. No podemos intentar mostrarnos afectados por cosas que no nos afectan, cualquiera se daría cuenta, poniendo en tela de juicio toda confianza, básica en el proceso psicoterapéutico.
Por último, me encantaría atribuirme el mérito de todo esto, pero no ha sido más que el resultado del estudio de numerosos autores como Winnicott, Kohut, Luis Cencillo, Raimundo Guerra y Silvia Jiménez, entre otros, que han influido en mi teórica y experiencialmente.
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