¿Qué diferencia hay entre hablar con un psicólogo y otra persona?
Parece obvio que los estudios y conocimientos que posee acerca del funcionamiento de la mente humana, pero hay más cosas.
No son pocas las veces que los allegados y conocidos a los pacientes alegan que ellos también escuchan y aconsejan, que para eso no se necesita un título y salen más baratos. Y aquí está el primer error, los psicólogos no aconsejan, no están para decidir por nadie, ni tienen una bola de cristal en la que ver lo que ocurrirá
tras las elecciones y acciones de los pacientes.
Pero la diferencia en el caso de los psicoanalistas va mucho más allá. Pues para serlo, deben pasar primero por un Análisis Didáctico, lo que significa que han estado en el lugar donde están sus pacientes (tema del que pretendo dedicar otro post). Afortunadamente, no sólo es así en el caso de psicoanalistas y existen profesionales de otras escuelas cuya responsabilidad les ha llevado a mirarse antes de mirar a otros, aunque no sea un requisito exigido legalmente.
No me gustaría continuar sin mencionar que este post está basado en la obra “Tratado de la Insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas” del Doctor Raimundo Guerra y de la que me he servido para las definiciones que aparecen a continuación.
MECANISMOS DE DEFENSA
Me adentraré ahora en el objetivo fundamental de este post. Si bien ya se han ofrecido dos motivos por los que la conversación con un terapeuta se diferencia del resto, aquí viene otra fundamental. Y es que todos, ponemos en marcha al tratar con otras personas lo que llamamos mecanismos de defensa, y su conocimiento nos permite detectarlos y utilizarlos para saber qué nos corresponde a nosotros, qué nos pertenece, qué corre de nuestra cuenta y qué no (tener esta capacidad es un criterio fundamental de alta). Estos mecanismos son todos los que aparecen en el esquema, pero solo voy a comentar algunos.
Es indiscutible que cuando tratamos con otras personas se mezclan su historia y la nuestra, puesto que nadie puede alejarse de su historia y su identidad. Las personas somos sujetos, y no objetos, y por ello tenemos subjetividad y ser objetivo es tan complicado la mayoría de las ocasiones, por no decir siempre.
El problema es que no todo el mundo conoce su historia y su identidad, y cuando compartimos algo nuestro con alguien, puede ser que quien tenemos delante, aun intentando obrar con su mejor intención (en el mejor de los casos) coloque cosas suyas en nosotros; haciéndonos creer que tenemos problemas, creencias o sentimientos que no son nuestros. Es decir, nos utilizan (en algunos casos inconscientemente, y en otros no tanto) como depositarios de contenidos propios que ellos mismos rechazan.
¿CÓMO HACEN ESTO?
Uno de los mecanismos más habitualmente utilizados por las personas es la proyección, entendida como “colocar fuera de nosotros diversos elementos como emociones, afectos, intenciones, complejos, deseos, fantasías… que nos resultan impermisibles, fundamentalmente por ser demasiado duros e indigeribles”.
Este, a menudo va acompañado de la negación que es un “procedimiento en virtud del cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le pertenezca” (Laplanche y Pontalis, 1993).
Que interviene a su vez en la fantasía, estrechamente relacionada con los deseos. Las fantasías pueden ser también proyectadas en los otros, y pueden ser positivas o negativas.
Otro mecanismo defensivo que requiere mención especial en este post el desplazamiento. Se trata de un “procedimiento por el cual se hace una variación de la intensidad emocional que una representación o un objeto nos produce desplazándola hacia otras, aunque guarda una estrecha relación con la primera a través de una cadena asociativa”. Ejemplo de ello es cuando descargamos frustraciones con familiares, amigos, parejas o compañeros, que nada tienen que ver con la causa o situación frustrante pero “los pagamos” con ellos.
Otros dos mecanismos peligrosos y similares aunque no iguales, son la racionalización y la intelectualización. El segundo desprovisto de esa carga afectiva y sobresaturado de argumentos técnicos (teóricos y prácticos). Y aquí damos con otro factor clave de la psicoterapia. Una cosa es que uno sepa cómo es o por qué hace determinadas cosas, y otra es utilizar ese conocimiento como justificación para cualquier acción o comportamiento. El fin de saber qué, es saber cómo, no basta con “hacer consciente lo inconsciente” sino, y he aquí otra respuesta a la primera pregunta planteada, a través de la relación entre terapeuta y paciente experimentar lo que se llama experiencias emocionales correctivas, al tratar con una persona que no solo ha estado en el mismo sitio que yo antes, sino que no tiene ningún conflicto de intereses hacia mí y cuya función es preocuparse por mi bienestar y desarrollo personal, cosa que, por muy buenas intenciones que tengan las personas de nuestro alrededor no siempre ocurre, no porque no quieran, sino porque no pueden
Por otro lado encontramos la idealización, fácilmente observable en los niños hacia las figuras de apego más significativas, o en las primeras fases de una pareja. Pero esto ya es significativo, idealizamos porque lo necesitamos y si estas idealizaciones, tan necesarias al principio de la vida para implantar un sentimiento de seguridad sólido, no se van ajustando conforme nos desarrollamos aparecerán problemas. Conforme vamos creciendo asumimos que la persona perfecta no existe, por tanto, renunciar a esa figura ideal, portadora seguramente de todas aquellas cualidades que desearíamos o creemos que nos faltan forma parte del crecimiento.
No podemos terminar este post, sin hablar de la formación reactiva, en mi opinión, de los más peligrosos al tratar con otros, y más común de lo que pueda parecer. ¡Atención! Consiste en la “transformación de un sentimiento o actitud que resulta intolerable a la persona en su contrario”. Mediante él se experimenta un afecto y se manifiesta el contrario. Podemos expresar amor hacia una persona que en realidad odiamos, ocultar las tendencias exhibicionistas tras timidez o burlarnos de algo que nos entristece. Ejemplo de ello sería el humor negro, u otro muy común como agasajar de regalos y halagos a una suegra o suegro al que en realidad no soportamos.
MÁS ALLÁ DE LA FORMACIÓN ACADÉMICA
Puede parecer después de leer este post que los terapeutas sean o tengan que ser figuras omnipotentes y perfectas, pero nada más lejos de la realidad. Los terapeutas, en tanto que no dejan de ser seres humanos, utilizan también mecanismos de defensa tanto dentro como fuera de las consultas. Todos tenemos los nuestros y son necesarios. Pero desde luego, los conocen mejor (por lo menos a nivel teórico), y no sólo eso. Sino que al tratar con personas y aquellos que han pasado por un Análisis Didáctico necesariamente se han sometido a un proceso del que se obtiene un conocimiento más profundo para detectarlos y gestionarlos.
No todo es formación académica, pues al trabajar con sujetos, la subjetividad del terapeuta es su responsabilidad y los procesos necesarios para el cambio (momentos ahora, momentos encuentro…), que nunca es unidireccional, no ocurrirán óptimamente si esta no ha sido sometida a análisis.
Me ha encantado la claridad de ideas y la objetividad expuesta en el post.